sábado, 9 de abril de 2011

Un mar en el desierto (Irak)

Cristhian Robertino Costantini
Como la mayoría de los países de la península arábiga Irak presenta un clima muy seco, con vastas extensiones desérticas, un régimen de lluvias pobre y escasez de agua potable, no obstante, hace años que llueve copiosamente sobre su tierra, miles de litros de agua salada, fruto de llanto de viudas, huérfanos, ancianos hombres y mujeres, fruto de 8 años de ocupación, saqueo y muerte, fruto de 8 años de olvido, de indiferencia.

Con una balanza favorable, la coalición encabezada por los dos países icónicos del imperialismo, sembró el terror sobre sus naciones asegurando que el pueblo de Irak producía tanto dátiles como armas de destrucción masiva, armas que nunca fueron encontradas. Ante tal amenaza, las bombas de artillería y aviones empezaron a caer sobre los laboratorios secretos, tan bien camuflados por los iraquíes que todos pensamos que eran hospitales, bibliotecas, mezquitas y hogares de familia.

Los resultados son conocidos por todos nosotros. Entre los cuantificables, 5 billones de dólares en costes militares, 4500 muertes de un lado, 1.200.000 muertes del otro, 100 billones de barriles de petróleo. En el campo de lo incontable y fuera de toda escala numérica, el dolor de una nación devastada, generaciones perdidas, una cicatriz en la historia y el ejemplo de lo sucede cuando se pierden de los valores esenciales y los intereses económicos priman por encima de los derechos de los hombres.

Los resultados son conocidos por todos nosotros, quienes también somos parte del castigo que sufre el pueblo de Irak, somos el olvido, la indiferencia. Terribles son las consecuencias de la naturalización, del acostumbramiento humano a los hechos que le rodean.

Décadas antes de este conflicto, un hombre siguió sus convicciones aún sabiendo que sería juzgado por esto y marcó nuestra historia para siempre, el legado que eligió dejar a su familia no fue material, sino el ejemplo personal y algunas reflexiones: “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo” les escribió en despedida días antes de morir.

Estimados, obligados estamos como ciudadanos de bien a sostener los valores del hombre y defender sus derechos comenzando por el esencial: el derecho a la vida. Que nunca dejen de dolernos estas injusticias, nos empapemos de ellas, las condenemos y hagamos saber en todo nuestro ámbito de acción.



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