martes, 26 de abril de 2011

HACIA EL ORIENTE ETERNO

Omar Jordá
El día campero había llegado y, junto con él, el cantar del gallo hacia el levante, anunciando el momento de iniciar los trabajos. “El hombre”, como comúnmente el dueño de la estancia era llamado por los animales, se vestía rápido y se lavaba la cara en un tacho blanco de chapa antes de salir a enfrentarse a su peonada, que esperaba por nuevas instrucciones mientras ejecutaba, para no perder tiempo, una que otra labor de rutina.

-Escúcheme rengo, vaya al gallinero y llene el fuentón con maíz; después se me viene un rato a la casa que quiero hablar con usted sobre la navidad que se acerca- le ordenó “el hombre” con tono seguro a uno de sus peones. Este hizo caso y se abrió paso con una bolsa de arpillera entre la gallinería que se amontonaba para no perder maíz alguno, picoteando en el suelo hasta el más ínfimo grano que caía en él. Una vez cumplido el mandado, el peón se fue a reunir con su patrón bajo el techo de la galería que los resguardaba del Sol mañanero.

En el gallinero, por su parte, el gallo saciaba su apetito con aquel salario en maíz, que entendía merecer por sus servicios suministrados todas las mañanas, ya que sin su oportuno canto, estaba seguro que nadie se despertaría. Mientras, desde la rama de un árbol ubicado cerca de la galería donde se encontraban “el hombre” y su peón de confianza, un par de ojos los espiaba.

-Patrón, aunque todavía falte tiempo para navidad, voy a ver si el gallo está carnoso - señaló el peón mientras se dirigía al gallinero, con la venía tácita de “el hombre” que sólo lo miraba alejarse rengueando. Así pues, lo buscó durante un largo rato pero no pudo encontrarlo; el gallo ya se había escabullido para reunirse con el sigiloso espía, quien también había abandonado su rama.

-¿Estamos seguros aquí?- preguntó el espía ahora ya en su carácter búho, sabio entre los animales del lugar.

-Sí, sólo nosotros dos conocemos este lugar y me cercioré de que nadie me siguiera- respondió el gallo, y continuó hablando –Qué triste me siento hermano búho. Hace casi tres años, desde mi nacimiento, que cumplo con cantarle al Sol para despertar a “el hombre” y a su peonada. Sin embargo, no creo ser totalmente retribuido, sino que por el contrario, presiento que mi final en esta tierra se acerca.

-Todo tiene un final hermano gallo, pero también un renacimiento. Dime, ¿a dónde irás cuando llegue ese final?-

-Al oriente, porque cuando me despierto, antes que todos los de la estancia, soy el primero en divisar como el Sol renace día tras día, y en lo profundo de mí lo envidio sanamente, convenciéndome que es a él hacia donde me dirijo, porque de él viene la luz que le da vida a este mundo- comentó el gallo con un tono aun apesadumbrado.

-Tus palabras son agraciadas querido hermano gallo.  Déjame contarte algo, yo desde mi morada, que está de espaldas al oriente, puedo ver hacia varios lugares, incluido aquél. Y he visto a otros como nosotros, que creen en la verdadera igualdad de todos los que habitan la tierra, en el trabajo y en la superación-

-Eso invade de dicha mi corazón, y apacigua un tanto la amargura que me provoca este presagio de muerte- respondió el gallo.

-También el mío, y confío en que pronto aquellos se nos sumaran. Pero lamentablemente no todo es feliz querido amigo, y es que tienes razón en cuanto a tus presagios- dijo el búho.

El gallo dio un graznido involuntario y apartó la vista por un momento de los ojos de su interlocutor, para concentrarse en tres piedras que formaban un triángulo en la tierra. Sentía que las palabras azotaban sus oídos sin poder entrar completamente en ellos; pero después de unos instantes volvió en sí.

-Dime sin vacilaciones querido búho ¿Qué sabes esta vez?-

-Es “el hombre”, aquél que ordena llenar tu fuentón con maíz seco todos los días. Lo he visto conversar con otro que lo obedece, y tengo entendido que planean festejar la navidad saboreando tu carne-

El gallo observó el blanco mandil que el Sol marcaba en su plumaje y se imaginó prontamente despojado de este, desnudo y no pudiendo confiar más que en aquél que le daba esta desagradable noticia.

-Sin embargo- continuó el búho -la navidad aun está lejos y confío en que ocurrirán cambios radicales en el interín-

-¿Por qué lo dices?- preguntó el gallo.

-A veces, paseo por la estancia y me instruyo observando a los demás seres. El ser humano es uno de los que más me apasiona, debo confesarlo; y es así que hace unos días, adoptando un carácter cauteloso, me posé sobre la rama de una higuera y, apoyado sobre el tronco de esta, pude ver lo que escribía un muchacho en su cuaderno. Sus garabatos decían que nosotros, los animales, tenemos algo que se llama alma, y que es exactamente aquello lo que simboliza nuestro nombre. Además, podemos determinarnos al igual que los humanos y también alcanzamos gozar de ciertas facultades o capacidades de hacer o no hacer cosas, y a estas ellos las llaman “derechos”-

- Pero la mayoría de los humanos creen que nosotros no pensamos y que no podemos hacer más de lo que ellos quieren que hagamos-

-Eso es muy difícil de cambiar querido hermano gallo, pero vi algo que me llamó la atención en aquel cuaderno, era todo un párrafo subrayado en donde decía algo así como que “los derechos en realidad se hacen efectivos en cuanto son los demás los que los respetan y posibilitan su cumplimiento, y que, de lo contrario, no existen, porque no son naturales, sino puramente elaborados-

Ambos quedaron en un silencio tan pensativo como sepulcral, reflexionaron y luego se despidieron cordialmente.

Así, los días pasaron y el búho y el gallo volvían a juntarse discretamente todas las semanas para discutir temas de interés común. Sin embargo, la navidad se acercaba, y con ella, el final mortal de este último. Fue así que el veinticuatro de diciembre se reunieron, como de costumbre, a mediodía, aunque ya no eran sólo ellos dos, sino que otros animales habían sentido la necesidad de estar allí también y compartir sus opiniones más nobles, conformando así un buen número de almas dispuestas a aprender los unos de los otros.

-¿El hombre ha asimilado el respeto hacia nuestra existencia? ¿O acaso a zanjado aún más las diferencias haciendo daño a su propia especie?- empezó a disertar un bello hornero -En el derecho está la solución, esa cosa de la que el búho habla siempre- continuó.

El búho, tan sabio como costumbre, decidió moderar la cuestión dirigiéndose a los presentes. -Discúlpenme hermano hornero, hermanos todos, pero todo este tiempo y en cuanto he podido, he estado instruyéndome en aquella disciplina llamada derecho, y francamente a medida que más aprendo, más creo que es sólo uno de tantos instrumentos que utilizan los humanos para afrontar la vida, y que no tiene por sí la fuerza necesaria para cambiar cabalmente la realidad que todos nosotros conocemos, aquella que, entre otras cosas, ha sentenciado a nuestro hermano gallo- Luego de estas palabras del sabio búho, los presentes se miraron unos a otros, la indefensión ante la calamidad próxima había dejado sus picos y hocicos secos, sin poder articular sonido alguno.

Una voz rompió el silencio, era el condenado, el hermano gallo -Ya no hay nada que cambiar querido hermano búho, queridos hermanos todos; mi final está cerca y es inevitable, pero quiero compartir mi último pensamiento con ustedes, antes que “el hombre” venga a buscarme para desplumarme y saborear mi carne en la fiesta del nacimiento de su dios, que no es más que el mío, es decir, el Sol. Lo que quiero que sepan es que hoy se cumplen tres años desde que me reúno en este lugar sólo conocido por nosotros, y me enorgullece ver como hemos crecido en cantidad y en calidad. Pero lo que más llena de dicha mi alma hoy, es lo mismo que siempre lo ha hecho: la fe. La fe en que el mundo puede ser un mejor lugar para todos los que vivimos en él, sin importar quien tiene pulgares opuestos o el cerebro más grande, o quien tiene alas para estar más cerca de la luz y de su dios. Y es aquella fe también la que estoy seguro los tendrá unidos, cuando yo u otro de ustedes, deba partir al oriente eterno-

Todos aquellos nobles animales alentaron su unión elevando las voces al cielo estrellado, sintiendo que el gallo sería prontamente también una de aquellas figuras que iluminarían las noches futuras.

De repente, el búho vio una figura humana acercarse entre los matorrales, y sólo alcanzó a preguntar una cosa.

-Medianoche en punto- respondió el gallo.-


Omar Jordá

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